PIANTADOS

23/7/08

Luego de varias semanas de calor, el clima argentino se va acomodando al invierno y, tal como ordena el calendario, los termómetros vuelven a marcar: frío intenso.

De todas formas, a tono con los largos meses que duró la ardorosa disputa entre los sectores de la producción agro-ganadera y una parte del Estado (encarnada, en este caso, en el Poder Ejecutivo nacional), todavía se percibe el aroma a quemado de corazones y cabezas que han quedado súper calientes. El aumento del tributo a ciertas exportaciones (léase Retenciones) finalmente no fue validado por otro sector del Estado (llámese Poder Legislativo), y eso generó una catarata de reacciones.

Entre algunas de ellas, pudimos percibir: por un lado, el festejo mudo (aunque concreto, y en dólares constantes y sonantes) de las principales agroexportadoras del país; por el otro, la ruidosa algarabía de gran parte del arco productor de materias primas argentinas y amplios sectores sociales adherentes (en este caso, el festejo fue ruidoso pero -siendo muy malos- podríamos decir que apenas simbólico, ya que muchos de estos festejantes van a sentir en breve, en sus propios bolsillos, cómo los recursos que no aportaron los más poderosos van a recaer sobre sus cansadas espaldas: trátese de pequeños productores, comerciantes, empleados, salvavidas o bomberos. En fin, a veces, el origen de los recursos es una especie de manta corta: un sector consigue esquivar la imposición del Fisco, estira la manta y logra taparse, pero ese movimiento destapa otra parte del "cuerpo social" y más temprano que tarde, aunque no se vea la relación de causa y consecuencia, otro sector -o sectores- debe compensar lo que deja de ingresar por la resistencia -y/o poder de lobby- de los primeros). Nada nuevo bajo el sol.

Bueno, el asunto es que además de las celebraciones (fueren ruidosas o calladas, concretas o simbólicas), también hubo mucha gente deprimida (aunque, en algunos casos, ni siquiera supieran explicarse bien el porqué), cayeron ciertos funcionarios públicos, renunciaron otros, hubo golpes al ego, altibajos en las dosis de soberbia, levantamiento de carpas, un par de buenos negocios, varios sujetos que lograron su objeto (es decir, tener sus 2 minutos de fama), algunos muñecos inflables y poca cosa más.

Dentro de esa poca cosa más, quizás se encierren las circunstancias de mayor importancia que desencadenó el mentado conflicto entre "el Gobierno y el campo" (tal como decidieron llamarlo los medios). Nos referimos puntualmente a cómo la disputa se metió en el día a día de la gente, en las charlas familiares, en las comidas con amigos, etc. Y como siempre pasa en Argentina, la contienda y las opiniones fueron a todo o nada, blanco o negro, Ríver-Boca, pueblos rurales-grandes ciudades, interior-capital, buenos-malos, trabajadores-haraganes, merecedores-larvas, botas embarradas-zapatitos blancos, vida-muerte; nosotros-ellos, ¡bah!

No importaba si los protagonistas entendían o no qué carajo eran las retenciones (a los que tenían una idea sobre el asunto, se los notaba carentes de pedagogía; y a los que no "cazaban ni jota" poco les preocupó enterarse, porque hacer el esfuerzo por entenderlo era muy aburrido). Así las cosas, la toma de posición y los pormenores se trasladaron a los supermercados, oficinas, casas, chacras, prostíbulos, boliches y hasta consultorios de dentistas y psicólogos.

Y fue en el diván del analista donde algunas mujeres maduras expresaron su enamoramiento de 10 minutos por Alfredo de Angeli, cuya figura sirvió, a la postre, para llenar el vacío existencial de varias damas (y promover el lanzamiento al aire de bombachas tenuemente enmohecidas). Por su parte, el consumo de ansiolíticos, antidepresivos y sedantes, continuó su tendencia alcista entre la angustiada sociedad argentina, y en el primer semestre del año trepó un 10% en relación con 2007.

El broche de oro a tanta pasión desenfrenada fue el cóctel de impaciencia, falta de sentido común, intolerancia, bronca, rabia y nerviosismo, que se apoderó de los discutidores argentinos en cada rincón del país donde hubiera más de una persona. Más de un cumpleaños familiar terminó antes de hora, debido a las agresiones verbales entre primos, cuñados y yernos, que se obstinaban en embanderarse en la trinchera discursiva opuesta a la de sus congéneres. Algunos amigos dejaron de hablarse. Vecinos con una relación forjada durante años de buena convivencia se volvieron enemigos irreconciliables. Un importante número de ex habitantes del interior, devenidos ahora en ciudadanos de grandes urbes, fueron desheredados por "apátridas, indolentes y vendidos", entre otros epítetos pronunciados por sus familiares y amigos que todavía viven en el pueblo (sin importar, claro, que estos "defensores del interior" mantuvieran como única relación con los cereales y las vacas el "mu" que aprendieron en la escuela, cuando la maestra trataba de explicarles qué era una onomatopeya).

El conflicto, al cabo, fue un desparramo de realidad y ficción 100% tunelístico. Desparramo que, si alguien se mirase para adentro (cosa improbable dada nuestra condición de argentinos), serviría para que veamos cómo somos, de dónde venimos y adónde vamos... al tacho. Una vez más: ¡Argentina, potencia!

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