
Tenório Júnior o Tenorinho, tal como se lo conocía en Brasil, había llegado a nuestro país con Vinicius de Moraes y Toquinho, para ofrecer junto a ellos dos conciertos en el teatro Gran Rex. Antes de bajar al hall del hotel, Tenório decidió dejar una nota para no intranquilizar a sus amigos: “Salgo a comprar cigarrillos y un remedio. Vuelvo enseguida”, decía el papel.
La última persona que lo vio caminando por la calle fue un quiosquero que atendía en la esquina de Rodríguez Peña y Corrientes. El tipo explicó, años después, que observó cómo el pianista era obligado a subir a un Ford Falcon verde. Tenório Júnior tenía el cabello largo, la barba espesa y usaba anteojos de marco grueso. Según sus colegas, el “look” del pianista daba de lleno con el estereotipo del “intelectual de izquierda” que con tanto empeño perseguían los militares argentinos de la época, y suponen que ése pudo ser el motivo de su detención a manos de un comando de represores.

Como fuere, de nada sirvieron los llamamientos públicos de Vinicius de Moraes ni otros de sus amigos y colegas, que exigieron de manera infructuosa, y por distintas vías, la aparición con vida de Tenório.
Con el correr de los años se supo que el pianista había sido asesinado de un tiro en la cabeza en la ESMA. Su cuerpo, obviamente, nunca apareció y Tenório Júnior se convirtió en otro de los miles de desaparecidos de la dictadura militar argentina. Al momento de su secuestro tenía 33 años y 4 hijos.
Aún hoy, después de más de tres décadas, quienes lo conocieron recuerdan emocionados sus cualidades de músico y su inmenso aporte al samba jazz y la bossa nova brasileña. Eso sí, nadie puede evitar una sensación de congoja y estremecimiento al rememorar las circunstancias que rodearon su desaparición forzada. Esa madrugada, parecieron combinarse en una esquina de Buenos Aires los más oscuros vaivenes del absurdo, la impunidad, el azar, la crueldad y la desgracia. Vaivenes que ni las musas del piano pudieron exorcizar.
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