EL INSULTO, LA ANESTESIA DEL ALMA

17/7/09

En Londres acaban de comprobar lo que muchos (todos ellos malhablados) intuían: decir malas palabras ayuda a reducir el dolor. Ni más ni menos. Si los investigadores de la Universidad de Keele no nos mienten, cada vez que usted se caiga o se golpee el dedo con un martillo, tiene que empezar a putear en voz alta, clara y “argentina”. Ese simple hecho de insultar le posibilitará incrementar su capacidad de tolerar el dolor en un 50%. Eso sí, cuando se quede sin aire de tanta puteada, el dolor será idéntico al que sufren aquellos estoicos que contuvieron las malas palabras y, encima, los vecinos hablarán bien de ellos y mal de usted. Pero bueno, todo tiene su precio.

─El del 2° B es un maleducado─, dirá la señora de al lado, refiriéndose a usted, obviamente. ─Se pasó media tarde martillando la pared, y la otra media puteando. En cambio el del 2° D, ése sí que es bien educadito. De vez en cuando martilla, pero nunca se queja de nada─.

Putear o no putear, ésa parece ser la cuestión. En 2005, en Estado Unidos, se desató un interesante debate, ya que algunos lingüistas destacaban la importancia de emplear malas palabras en el lenguaje corriente, puesto que eso liberaba tensiones y disminuía la violencia física.

En ese sentido, bien vale la pena recordar lo que decía el rosarino Roberto Fontanarrosa: “Las malas palabras brindan otros matices y hay algunas que son irreemplazables: no es lo mismo decir que una persona es tonta o pelotuda...”, aseguraba "El Negro".

Así que, ya sabe, cuando vaya a actuar como "bocasucia", piense que la mala palabra bien podría ser un arte, como la pintura. Entonces, inspírese, piense en un insulto como Dios manda, y grítelo... para recibirse de pintor.

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